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De cómo surge una historia
que llega a Reforma
El Norte
y la ruta de la prensa regiomontana
José Luis Esquivel Hernández
Profesor universitario de la
UANL
En agosto de 1991, The Wall Street
Journal se echó a cuestas la responsabilidad de un elogio
poco común para un medio impreso en un país en vías
de desarrollo: El Norte de Monterrey es el periódico
más independiente y objetivo de México.
Años más tarde, los editores regiomontanos al ver
que El Norte llegaba a uno de cada cuatro hogares, y el mejor periódico
de la capital lo hacía a uno de 38, buscaron refrendar sus
éxitos en el Distrito Federal. Con una visión empresarial
inigualable que demandó una inversión inicial de 50
millones de dólares, se lanzaron a conquistar la Ciudad de
México con el diario Reforma.
Así, en noviembre de 1993 comenzó a circular tal rotativo
que poco después suscitó, junto con el encono de la
Unión de Voceadores, una serie de críticas de sus
competidores, quienes llamaron al nuevo matutino: sensacionalista,
amarillista, inmoral, morboso, desestabilizador, vanidoso, egocéntrico,
mercantilista, antiético, protagónico, amarranavajas,
manipulador, abusivo, tremendista, antiprofesional y engendro de
la prensa que sirve al chisme y al rumor.1
Sin embargo, a la vuelta de los años, la contribución
que el periódico de los Junco logró en la transformación
de la prensa de la capital de la República ha sido significativa,
pues solamente el semanario Proceso, desde noviembre de 1976, y
luego los diarios Unomásuno en sus dos primeros años,
al igual que La Jornada, se habían constituido en la voz
crítica y cuestionadora del poder político y económico,
al modo como Julio Scherer García dirigió Excelsior
de 1968 a 1976, en forma brava y contestataria.
Pero si alguien cree que El Norte nació grande y con la agresividad
y dimensión de sus páginas de hoy, se equivoca porque,
igual que en Monterrey, su poderío se gestó desde
abajo, muchos años después de haber sido fundado.
El pasado
Durante dos siglos, Monterrey apenas figuró en el devenir
histórico nacional por la condición marginal de su
territorio. Inclusive, la noticia del inicio de la Guerra de Independencia
llegó de boca en boca el 29 de septiembre de 1810, pues no
había ni una sola publicación que la reseñara.
Los primeros pasos de la prensa regiomontana se iniciaron tras la
autorización de los estudios jurídicos en el Seminario
de Monterrey, cuando fray Servando Teresa de Mier estableció,
en 1817, la imprenta y editó el primer periódico regional
con el nombre de Gazeta Constitucional de Nuevo León, el
3 de agosto de 1826, bajo el cobijo de don José María
Parás, primer gobernador constitucional del estado.
No fue sino hasta 1831 cuando el 10 de marzo apareció
el primer periódico independiente en Nuevo León con
el nombre de El Antagonista, de Manuel María de Llano, cuestionando
las acciones de los gobernantes.2
Sin embargo, los acontecimientos más significativos en el
cambio de rumbo surgieron a partir de 1847 cuando se separó
Texas de México. Entonces los límites nacionales ubicaron
a Monterrey y sus 18 mil 759 habitantes a 200 kilómetros
de la frontera con Estados Unidos de Norteamérica, que explotaba
ya a plenitud los beneficios de la Revolución Industrial
y estaba consolidando su plan expansionista, además de su
papel de líder mundial en casi todos los órdenes de
la vida económica, política y social.
Eso atrajo el interés de muchas personas nacionales
y extranjeras que trataron de aprovechar las nuevas circunstancias
que brindaba el entorno internacional y se avecindaron en Monterrey,
como el irlandés Patricio Milmo ODowd, uno de los terratenientes
más acaudalados de la ciudad durante la segunda mitad del
siglo XIX, al igual que el médico tapatío José
Eleuterio González, Gonzalitos, el más destacado historiador
de Nuevo León de dicho siglo. Hasta la fecha es reconocido
su vigor e impulso en el campo de la medicina y de la cultura en
general.
Los casos de Patricio Milmo, casado con Pudenciana Vidaurri, y de
personajes de la historia local como Santiago Belden, Valentín
Rivero y otros, son ilustrativos de la influencia de los extranjeros
en el desarrollo económico del noreste al unir sus capitales
a los de los Calderón, los Ferrara, los Hernández,
los Sada, los Muguerza-Garza y los Zambrano.
Aunque fuereños, estos hombres de negocios supieron estar
a tono con el desarrollo productivo y las actividades comerciales
que trajo consigo la guerra civil estadunidenese, por lo que reprodujeron
sus capitales en Monterrey, contrajeron matrimonio con regiomontanas
y aquí se asentaron hasta su muerte; es decir, que sus fortunas
fueron acumuladas y perpetuadas en la economía local.
Pero el verdadero detonador del Monterrey industrial fue la Compañía
Minera fundada en 1890 y luego la Fundidora de Fierro y Acero, en
1900, en la que también la Casa Milmo se hizo presente, ya
que suscribió una respetable cantidad de acciones puestas
a nombre de Eugenio Kelly, a la sazón casado con Sara Milmo,
la mayor de las tres hijas de Patricio, quien también fue
padre de tres varones.
De hecho, la transformación de la ciudad regiomontana ya
venía repuntando gracias al empuje de otros visionarios hombres
de empresa, encabezados por don Isaac Garza y don Francisco G. Sada,
que crearon la Cervecería Cuauhtémoc en noviembre
de 1890, al calor de las iniciativas del gobernador Lázaro
Garza Ayala en 1888 que refrendó Bernardo Reyes en 1890,
tendientes a ceder terrenos y exentar de impuestos a las fábricas
de nueva creación en la metrópoli, de suerte que al
paso de los años las ganancias dieron para autoabastecerse
de envases de vidrio, empaques de cartón, etiquetas, hermetapas,
etcétera. Ello dio origen al Grupo Monterrey, que después
se dividió en lo que hoy es Femsa y Alfa.
La prensa regiomontana
La historia de la prensa corre al parejo con la de los hombres importantes
en la política y en la economía, pues apenas logran
mención las publicaciones que siguieron a La Gazeta Constitucional
y a El Antagonista, como El Restaurador de la Libertad, que fue
el mismo nombre del movimiento con que el gobernador Santiago Vidaurri
se apoderó de Monterrey en 1855 y se declaró gobernador
del estado de Nuevo León. Resulta imprescindible recordar
El Cura de Tamajón, semanario totalmente en verso escrito
por Guillermo Prieto, en Monterrey, del 13 de mayo al 14 de agosto
de 1864, cuando el Presidente Benito Juárez llegó
a la ciudad el 3 de abril, acosado por los imperialistas.
No obstante, el primer diario tuvo que esperar el florecimiento
de las generaciones intelectuales que surgieron de las aulas del
Colegio Civil, fundado el 30 de octubre de 1859. Entre los años
1867 y 1885, se editaban 22 publicaciones en Nuevo León.4
Don Desiderio Lagrange, francés más regiomontano que
muchos nacidos en esa tierra, fue el autor del primer cotidiano
que llevó los nombres de La Revista y Revista de Monterrey,
que se publicó el primero de febrero de 1881 como semanario
y a partir de 1883 como diario, pero cerró el 30 de abril
de 1886 por órdenes del gobernador Bernardo Reyes, pretextando
una información infundada, que llevó a la cárcel
al editor.
El general Reyes, fiel lacayo de Porfirio Díaz, prefirió
la quietud del estado a fin de lograr la industrialización
e impuso la mordaza a la dócil prensa de entonces para que
no le moviera el avispero. De modo que en los 52 periódicos
que circulaban, los textos eran censurados. De entre esos rotativos,
destacaban las noticias del primer periódico en inglés
del coronel Jospeh A. Robertson, The Monterrey News, cuyo número
inaugural salió el 23 de abril de 1892 y en 1902, en español.
Fue el primero en utilizar el linotipo y en contratar los servicios
de una agencia internacional de noticias (la Associated Press),
además de resaltar los hechos en lugar de los artículos
y servir de escuela a varios eminentes periodistas como Rodrigo
de Llano y a otros hombres de la prensa local. Pero la guadaña
de la censura acabó con él, igual que con La Defensa,
que se mantuvo en circulación de 1883 a 1903.
En ese tiempo, el diario semioficial La Voz de Nuevo León,
cuyo primer número fue festinado el 15 de diciembre de 1888,
significó lectura obligada para los seguidores de Bernardo
Reyes, pero desapareció en 1909 al ser gobernador José
María Mier, quien apoyó a La Opinión, en tanto
llegaba a su fin, en 1910, El Espectador, fundado en 1892, donde
colaboraban, entre otros literatos, Manuel José Othón,
Carlos Pereyra y Celedonio Junco de la Vega.
Junco de la Vega, al igual que Ricardo Arenales (alias Porfirio
Barba Jacob o Miguel Angel Osorio), quien dirigiera El Espectador
y luego El Porvenir en 1919, son de los que más huella dejarían
en el diarismo de Monterrey, pues entre la serie de publicaciones
de esos años sus nombres son referente obligado; el primero
por dar lustre a la familia de editores que mantienen ahora al poderoso
grupo El Norte / Reforma y el segundo por el mito periodístico
que logró crear a su alrededor.
Génesis de editora El Sol
Celedonio Junco de la Vega nació en Matamoros el 23 de octubre
de 1863, de padre asturiano y madre neoleonesa. A los 13 años
perdió a su progenitor y tuvo que luchar a brazo partido
por su superación. A los 25 años de edad se trasladó
a Monterrey en busca de otras horizontes, que se le abrieron en
el periodismo y la poesía.
Tenía 30 años cuando se casó con la regiomontana
Elisa Voigth, hija de padre alemán nacido en Düsseldorf,
y de madre originaria de Monterrey. Decía don Celedonio que
fueron tan felices, que nada más tuvimos 15 hijos,
cuatro de los cuales volaron al cielo muy pequeñitos y los
otros once crecieron en solidaridad fraterna.
Con una inclinación nata por la literatura y una asombrosa
facilidad para versificar, escribió con profusión
en prosa y en verso sus colaboraciones en distintos periódicos
y revistas de México. Es autor de tres libros de poesía:
Versos en 1895, Sonetos en 1904, y Musa Provindana en 1911.
Fue el primer editorialista de El Porvenir, de enero de 1919 hasta
abril de 1922, fecha en que su hijo mayor, Rodolfo Junco Voigth,
a sus 27 años de edad, fundó el vespertino El Sol,
después de regresar de Estados Unidos y ser impactado por
la afición hacia los periódicos que tenía Henry
Ford, el fabricante de automóviles, y por percibir junto
a su padre, don Celedonio, el olor del papel y la tinta de imprenta.
Con el apoyo económico de la esposa del joven Rodolfo, María
Teresa Gómez, fascinada también con la letra impresa,
se hizo posible la obra periodística a la que animaron también
los recursos de la familia Martínez Echartea, que vio en
el talento de aquel Junco Voigth un caudal de posibilidades para
hacer negocio en este rubro, pues el estilo de informar impuesto
por el nuevo empresario y la fama de los editoriales de don Celedonio
empezaron a calar hondo en el naciente diario, que pospuso su salida
unos días por problemas técnicos y no pudo nunca ser
matutino por los mismos problemas con la imprenta, de suerte que
su fundador decía que era el primer sol que salía
en la tarde.
La aventura, que para muchos parecía ir al fracaso, templó
el ánimo de aquel joven de carácter decidido y muy
inteligente, quien contó con el gesto solidario de sus 15
trabajadores, porque éstos aceptaban que les rebajaran el
sueldo cuando no había efectivo suficiente en la caja para
pagarles en aquellos años en que no se hablaba ni de explotados
ni de negreados dentro de esa pequeña empresa.
Los últimos resabios de la era revolucionaria representaron
el reto de la estabilidad de El Sol, pero la Gran Depresión
en Estados Unidos en 1929, pareció inclemente con el vespertino
que luchó hasta sobreponerse con mucho esfuerzo. En 1934,
al llegar al poder Lázaro Cárdenas, las cosas no le
parecieron fáciles a don Rodolfo por los cambios políticos
y sociales alentados por el general-presidente y por el fortalecimiento
del sector obrero en manos del socialista Lombardo Toledano. Todo
ello lo desaprobaba el dueño del periódico por la
amenaza que significaba para la seguridad y la estabilidad de la
industria en general.
Algunos testigos de varias reuniones llevadas a cabo entre el todavía
joven editor y funcionarios de la Cervecería Cuauhtémoc
como Roberto González Acosta, quien aún vive
y recuerda datos precisos que le transmitió el señor
Guajardo Davis, aseguran que Rodolfo planteó la posibilidad
de auxilio financiero para impulsar aún más a El Sol
en esa crucial etapa de México. Pero la respuesta que encontró
de parte de don Luis G. Sada, entonces figura señera del
Grupo Industrial fue contundente: No sólo vamos a consolidar
El Sol, Rodolfo, sino a fundar otro periódico.
La idea del nuevo periódico, en la mente de los mecenas industriales,
era un matutino y lo imaginaban como el foro para la gente del norte,
de donde le vino cabalmente el nombre, pues deseaban que no sólo
El Porvenir a pesar de ser muy afines también a tal
medio llevara el peso de la información sobre la sociedad
de aquellos años.
La efervescencia política del país entre 1934 y 1940
fue el gran catalizador para la formación de grupos y partidos
que se oponían a las ideas y acciones de don Lázaro
Cárdenas y su proyecto de educación socialista. Por
eso el Grupo Cervecería tenía claro contrarrestar
los movimientos de la Presidencia de la República con la
creación del Centro Patronal de Nuevo León y con la
fundación de un nuevo periódico. Según versiones
fidedignas logradas en la década de 1960 en el seno de las
empresas patrocinadoras de la Sociedad Cuauhtémoc y Famosa:
Había que arremeter contra los planes
de acabar con la propiedad privada en el campo y neutralizar la
bandera radical que dio a algunos la nacionalización de la
industria petrolera y la proliferación de empresas estatales,
dijo Sergio Valdés Flaquer, abogado de los capitanes industriales.
Y El Norte representó una buena opción para apoyarlo
en la tarea de inculcar valores y principios contrarios a los oficiales
de entonces.
Con el ambiente enrarecido también
por la amenaza de la Segunda Guerra Mundial y la precipitada precandidatura
de un grupo político a favor del temible Francisco Múgica
para suceder a Lázaro Cárdenas, los empresarios decidieron
salir a la palestra con un medio desde Monterrey y después,
en 1939, alentar la formación del Partido Acción Nacional
(PAN), que decidió unirse a la campaña del Partido
Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN) a fin de llevar
al poder al general Juan Andrew Almazán, líder de
los militares anticardenistas, cuando el candidato oficial ya era
Manuel Ávila Camacho.
El Norte apareció el 15 de septiembre de 1938, con ocho páginas,
a un precio de cinco centavos, y con un tiraje de 15 mil ejemplares,
que era todo un alarde si se toma en cuenta la tecnología
de aquellas fechas, el número de habitantes de Monterrey
y la competencia severa que representaba El Porvenir éste
ya estaba bien afianzado en el gusto del público y en 1936,
aprovechando su éxito, había fundado El Tiempo, vespertino,
igualmente con gran prestigio y que durante la Guerra Mundial tuvo
tres ediciones diarias.
Los 25 anuncios pagados que publicó El Norte en su primer
número pintaban un buen futuro, pero las ventas tardaron
en florecer. Algunos de los iniciadores comentaban, todavía
en los años setenta, cómo regresaban los voceadores
con el montón de ejemplares de devolución a la Editora
El Sol, pues El Porvenir era el amo y señor de las calles.
El Norte tardó muchos años en acreditarse.
El abogado Jorge Gómez, sobrino del director de El Porvenir,
Federico Gómez, aún evoca, a sus más de 70
años de edad, las pláticas con su tío sobre
la poca competencia que para ellos representó por muchos
años El Norte. Al morir don Celedonio Junco de la Vega, el
3 de febrero de 1948, a los 84 años de edad, muchos llegaron
a creer que su primogénito Rodolfo Junco Voigth se derrumbaría
anímicamente y desistiría del empeño para ceder
a su hijo, Rodolfo Junco Gómez, el mando de la organización.
Pero no. Ni siquiera lo amedrentó el pleito legal que le
dirigió Cervecería Cuauhtémoc a partir de 1965,
ni el boicot publicitario de las empresas que simpatizaban con el
Grupo Industrial. Don Rodolfo mandó gente a la frontera y
trajo anuncios del sur de Texas para sostenerse.
En los años siguientes, El Norte no se vino abajo ni con
los pleitos de familia, como cuando los nietos del fundador Rodolfo
Junco González junto con su hermano Alejandro, expulsaron
de la sociedad al papá, Rodolfo Junco Gómez, quien
desde San Antonio, Texas, donde vive, no ha dejado de defender lo
que considera parte de su patrimonio que le fue negado tras la muerte
de su esposa, Elba González, en un accidente que no ha sido
debidamente aclarado.
No hizo mella en su estructura la decisión del Grupo Cervecería
de financiar, en julio de 1968, la aparición de Tribuna de
Monterrey como medida de presión para quitarle reporteros
y personal administrativo a El Norte y desviar los paquetes publicitarios
hacia este órgano informativo de la Cadena que pertenecía
a José García Valseca.
Lo que sí estuvo a punto de acalambrar a los entonces jóvenes
editores, recién graduados de periodismo en universidades
norteamericanas, fue el acoso que el Presidente Luis Echeverría
ordenó contra El Norte, durante su mandato (1970-1976), justamente
cuando ellos estaban más preocupados por la salud de su anciano
abuelo que por el relevo empresarial.
La plataforma de despegue
Sin embargo, la decisión del fundador fue rotunda en 1973:
su nieto Alejandro, el segundo de cinco hermanos, se haría
cargo del timón y, a sus 23 años de edad, no le quedaba
más que enterrar la obra periodística, en lánguida
agonía a que la había sometido el régimen,
o resurgir como el Ave Fénix a pesar de la reducida dotación
de papel a que los tenía sometido el monopolio estatal en
manos de la PIPSA, y del apoyo echeverrista a El Diario de Monterrey,
desde noviembre de 1974.
No cabe duda de que fue Alejandro Junco y su empuje lo que logró
vigorizar el área comercial con Ricardo Junco Garza, así
como la iniciativa de renovar la redacción con jóvenes
entusiastas que se enamoraron de las páginas del diario.
Uno de esos jóvenes que descubrió Alejandro fue un
estudiante de Ciencias de la Comunicación del Tecnológico
de Monterrey, Ramón Alberto Garza García (nacido en
1956), quien desde 1973 fue pilar en la plataforma de despegue de
El Norte. Tras concluir su maestría de Periodismo en la Universidad
de Texas, se sumó a la fuerza laboral para ocupar la plaza
de reportero, jefe de sección, promotor de nuevas secciones,
gerente de redacción y subdirector editorial.
Con tal ebullición y optimismo en la sangre de aquellos jóvenes
periodistas que salían de los cursos internos de la doctora
Mary Gardner, traída ex profeso de la Universidad Estatal
de Michigan, y en franca armonía con la experiencia de veteranos
de la prensa regiomontana, la situación de El Norte cambió
diametralmente y ya ni los arrebatos del Presidente José
López Portillo y sus amenazas de auditorías hacendarias,
vencieron el vuelo a las alturas de quienes acompañaron a
Alejandro y a Ramón Alberto Garza en la definición
de una sala de redacción, muy separada de los asuntos publicitarios,
y con atención especial en todo lo que le impactaba a los
lectores y a la gente de Monterrey, mediante una fórmula
muy sencilla: observar la realidad y tomar nota de todos los detalles
para escribirla en forma clara y sencilla, como cuando los reporteros
se convirtieron en testigos sólo testigos y no jueces,
según órdenes del editor en las afueras de las
casillas electorales, que luego se volvió parte de la bitácora
formal para todos los medios informativos.
Es cierto que, de septiembre de 1981 a noviembre de 1982, Alejandro
Junco se llevó a su familia a Texas por el cerco a que sometió
a sus cuatro hijos una brigada de supuestos detectives gubernamentales,
pero fue estricto en la vigilancia desde el otro lado del Río
Bravo sobre la línea del periódico, que no bajó
la guardia ni como oposición contra el decreto de expropiación
bancaria en septiembre de 1982, pues le decía a sus leales
colaboradores: Tenemos ya el apoyo de los lectores. Son nuestra
mejor garantía. No los descuiden y piensen en el modo de
ser regiomontano.
Por eso es un periódico que sabe a cabrito, solía
decir Ramón Alberto Garza después de ser nombrado
director editorial en 1982 y años más tarde director
general editorial del Grupo Reforma, que ya tenía en su haber
también El Metro, tabloide de Monterrey, que tiempo después
tuvo su clón en el Distrito Federal.
A pesar de haber salido de la organización el 4 de febrero
del 2000, ahora como Presidente Editorial de TELEVISA, Ramón
Alberto Garza reconoce los alcances de una obra que sigue
haciendo hablar al público lector, que da material para la
conversación y que sabe apretar la herida purulenta de los
poderosos, quienes tratan de que muchas informaciones no trasciendan.
E insiste en que al darle su lugar a la gente, los comités
editoriales, que empezaron en El Norte en 1988, tienen su razón
de ser, pues consisten en agrupar a 15 personas de la comunidad
para cada sección, quienes sesionan de dos a tres veces por
mes para plantear críticas y sugerir temas nuevos.
Pero algo más ha tenido que ver en el desarrollo de este
grupo de prensa, pues si bien es cierto que su propietario le ha
dedicado grandes sumas de dinero a la tecnología y a la adquisición
de modernos sistemas computarizados dentro de Infosel, en el fondo
ha sido el trato humano y la valoración profesional del trabajo
periodístico lo que ha hecho que quienes piensan no sólo
en proyección sino en buenos sueldos y remuneraciones, suspiren
por pertenecer a los diarios de los Junco. Hoy día en Guadalajara
también ha llamado la atención Mural y en Saltillo,
Palabra. Entre los cinco periódicos editan un total de 500
mil ejemplares diarios, sin verificación externa que lo valide.
Usted es un empresario que sabe crear riqueza pero también
compartirla, le dijo públicamente cierto día
una reportera a Alejandro Junco, durante un aniversario de El Norte,
y en cuya oportunidad también se le preguntó por qué
no se asociaba con empresarios de otros ramos si tanto lo buscaban
por exitoso y emprendedor: Porque somos periodistas. Nada
más por eso, respondió.
Y es lo mismo que sigue respondiendo cuando le preguntan por la
definición política o partidista de sus medios: Somos
periodistas. Nada más. Los que quieran llamarnos como quieran,
están en su derecho. Nosotros somos periodistas.
Los hermanos Junco no permiten intercambios publicitarios con las
empresas o comercios, pues operan con la idea de que los anunciantes
necesitan al periódico para publicitarse.
Así, en El Norte y Reforma se dan el lujo de imponer precios,
condiciones y horarios, porque les sobran desplegados. Por lo general,
la edición se compone de un 61 por ciento de material pagado
y sólo el 39 por ciento de noticias y editoriales. Sin embargo,
su penetración es asombrosa y su peso periodístico
abrumador entre la clase dirigente. Por eso cuando los bárbaros
del Norte llegaron en noviembre de 1993 a la capital fueron vistos
con muy malos ojos, porque saben su negocio y conocen los secretos
del periodismo al estilo norteamericano pero con sabor muy mexicano.
¿A qué vienen a la Ciudad de México con
Reforma? Aquí eso ya no es negocio porque no hay tiempo para
leer, les plantearon en 1993 y ellos respondieron con otra
pregunta: ¿No se lee porque no hay tiempo o porque
no hay buenos medios impresos como el semanario Proceso? Y
no dudaron en que encontrarían una amplia banda en las preferencias
de los capitalinos, como definitivamente ocurrió.
En la actualidad cuentan con unos 270 microempresarios (no voceadores,
aunque venden el ejemplar en la calle) y 36 franquicias que a su
vez poseen unos 500 repartidores. Tienen registradas aproximadamente
56 mil suscripciones diarias. Para tal circulación se tiene
un tiraje diario de 128 mil ejemplares.5
¿Cuál fue, entonces, la sorpresa de que Carlos Salinas
de Gortari, cuando era Presidente de México, se deshiciera
en elogios para Reforma por ser un periódico moderno? 6
¿Cuál fue, entonces, la sorpresa de que Alejandro
Junco haya sido seleccionado por Business Week, en octubre de 1998,
como uno de los cuatro regiomontanos más talentosos de América
Latina?
¿Cuál es, entonces, la sorpresa de que ahora los hermanos
Junco estén enfocando sus baterías para conquistar
la Internet con sus recientes sitios web: ElNorte.com y Reforma.com?
NOTAS
1) Proceso, México,
9 de octubre de 1995, núm. 988, p. 18.
2) Ceballos Ramírez, Manuel (comp.) Monterrey
400. Estudios históricos y sociales. Universidad Autónoma
de Nuevo León, 1998.
3) Zapata Vázquez, Dinorah, El Antagonista,
Centro de Información de Historia Regional, UANL, 1988.
4) González, Héctor, Siglo y Medio
de Cultura Nuevoleonesa
5) ADCEBRA, revista mexicana de Mercadotecnia, Publicidad
y Comunicación, núm 102, agosto 2000, p. 71.
6) Scherer García, Julio, Estos Años,
Océano, 1995, p. 86.
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