Licenciado
en Derecho por la UNAM. Candidato a doctor en Ciencia Política por
la Universidad de París III, Sorbonne-Nouvelle.
La
comunicación política adquiere una relevancia central en
el contexto de los regímenes democráticos de fines de siglo.
Su paulatina autonomía parte del hecho de que el ejercicio del poder
público abandona los espacios de la clandestinidad y de la razón
de Estado ante la publicidad de su influencia y de sus actos. Tal publicidad
se configura gracias al desarrollo de los medios de comunicación
de masas (prensa, radio y TV), así como de las nuevas tecnologías
de información y comunicación (cable, satélite, telemática).
Por
otro lado, el seguimiento de los hechos y actos del poder público
se ha situado bajo la perspectiva de la defensa de las libertades relativas
a la expresión y a la información, aspecto que tiene su punto
histórico de arranque en la declaración francesa de los derechos
del hombre y del ciudadano publicada en 1789.
El
poder pasa de los oscuros callejones de su configuración y ejercicio
a los grandes espacios de la publicidad. En tiempos de las grandes monarquías
europeas, el poder real detentaba el monopolio de la información,
la cual fungía como un valiosísimo termómetro de la
obediencia de los súbditos. Hoy, los pasos del hombre político
son seguidos de cerca por el gobernado a través de los medios de
comunicación.
La
comunicación política ha sido definida desde dos puntos de
vista: de una manera amplia, distinguiéndola de la comunicación
genérica por razón de su contenido y teleología; y
de forma estricta, apelando al universo de fenómenos que contiene
(élites, electores, gobernantes, medios de comunicación,
estudio de la opinión pública, realización de sondeos
de opinión). Creemos, junto con Hugues Cazenave, que el estudio
de la comunicación política debe obedecer a una óptica
plural capaz de integrar la multidimensionalidad de su contenido.1
En
el presente trabajo se recurre tanto a una definición de sus elementos
como a la exposición de un esquema dialógico-pluralista para
comprenderla en el marco de los regímenes democráticos.2
Paralelamente, se analiza la necesaria distinción entre comunicación
política y marketing político, para luego culminar
con una reflexión en torno a la conveniencia de privilegiar un esquema
dialógico-pluralista de comunicación del mensaje político
por encima de la mercantilización llana del debate público.
Naturaleza
y funciones de la comunicación política
La comunicación
adquiere naturaleza política en razón de su contenido,
en cuanto éste incorpora una intencionalidad y una serie de usos
vinculados con: a) la obtención y el ejercicio del poder público
(el "monopolio legítimo de la fuerza" en la terminología
weberiana); b) el establecimiento de las reglas del juego político
(elevadas a rango constitucional y legislativo); c) la atribución
de los recursos estatales (siempre limitados) y de los espacios de participación
(con la consecuente aceptación e incorporación de los actores
emergentes), y d) la realización cotidiana del interés público
como hecho fundante de la comunidad políticamente organizada.
Si
se observa la comunicación política desde el ámbito
del sistema político, se distinguen tres funciones esenciales
propias respecto de su funcionalidad y finalidad:
a)
Informativo-regulatoria.
Al constituir el medio de interrelación entre gobernantes y gobernados,
la comunicación política contribuye a integrar la comunidad
política a través de la definición de los valores
esenciales de la misma (expresados jurídicamente en la Constitución
de cada país), cuya dinámica se precisa de manera cotidiana
a través del debate efectuado en el espacio público, ámbito
donde concurre la pluralidad de actores políticos.
En
ese sentido, la comunicación política organiza las distintas
definiciones que, sobre el interés público, surgen permanentemente
en boca de los actores político-sociales tradicionales (partidos,
asociaciones, ONG, ejército, iglesias, periodistas) y emergentes
(grupos políticos, movimientos insurgentes).
La
definición de Jean-Marie Cotteret sobre comunicación política
expresa el sentido de esta función:
[un]
intercambio de informaciones entre los gobernantes y los gobernados por
canales de transmisión estructurados o informales.3
b) Persuasivo-estratégica.
Al identificar nuevos objetivos y temas de la agenda política que
se deben traducir en políticas públicas para la resolución
de los problemas nacionales, la comunicación política deviene,
luego, comunicación social e institucional. Todo ello, a su vez,
permite la determinación de técnicas, estrategias y planes
requeridos para llevar a cabo dichas políticas. A partir de ello
es posible obtener la aceptación mayoritaria de los gobernados.
En
términos de Jacques Gerstlé, la comunicación política
cumple con tal función cuando se le entiende como
el
conjunto de técnicas y de procedimientos que poseen los actores
políticos, y particularmente los gobernantes, para atraer, controlar
y persuadir a la opinión pública (para hacer o no hacer algo).4
c) Legitimante-dialógica.
Al poner en contacto los temas que preocupan a la opinión pública
con la construcción --a nivel institucional-- de la agenda política
nacional, se permite y favorece el debate público en los espacios
apropiados y de manera permanente. El gobernante se beneficia entonces
de una legitimación constante que supera la legitimidad inmediata
que le proporcionaron los resultados favorables de la elección que
lo llevó al ejercicio del poder y, a través de una cultura
dialógica, sitúa a éste en el contexto dinámico
de la definición permanente del interés público. En
las sociedades informadas a través de los medios de comunicación,
el poder público necesita legitimarse día con día
porque sus actos se encuentran permanentemente expuestos al juicio público.
En
palabras de Dominique Wolton, esta tercera función define a la comunicación
política de la siguiente manera:
El
espacio donde se intercambian los discursos contradictorios de los tres
actores que poseen la legitimidad de expresarse públicamente sobre
la política y que son los políticos, los periodistas y la
opinión pública a través de los sondeos.5
Como toda
forma de comunicación, la comunicación política responde
a la existencia de un número mínimo de elementos: el emisor,
definido
como la serie de condiciones por las cuales un actor puede generar un enunciado
político; el receptor, o las condiciones por las cuales un
actor es alcanzado por un enunciado político; un espacio público,
consistente en las modalidades que permiten a los individuos constituirse
en un receptor colectivo; y finalmente, el o los medios de comunicación,
entendidos como intermediarios pertinentes del enunciado político.6
El
modelo dialógico-pluralista de comunicar políticamente corresponde,
en su aplicación actual, a los objetivos y rea-lizaciones de las
democracias contemporáneas, sustentadas en los principios de equidad,
neutralidad y pluralismo en el tratamiento de los temas de importancia
nacional, así como en la inclusión de las demandas de los
actores políticos. La comunicación político-dialógica
permite, además, una convertibilidad de roles donde el emisor
del mensaje político (comúnmente el gobernado) se transforma
en receptor del mismo cuando el receptor tradicional (el gobernado) participa
en la definición de lo público a través del debate,
cuyo ámbito de realización es el espacio público.
Es propio del gobernante el detentar el monopolio de la información
y comunicación de carácter estatal, pero es responsabilidad
de todo individuo el acceder a la generación, crítica y reconstrucción
de los múltiples sentidos de lo político en el ejercicio
de sus libertades político-constitucionales.
Tal
pareciera que la comunicación política se limitara al contexto
de los multicitados actores políticos, es decir, de "aquéllos
individuos que aspiran, a través de medios organizativos e institucionales,
a influir en los procesos de la toma de decisiones".7 Empero,
éstos constituyen uno sólo de los tres ángulos de
su expresión y coordinación, siendo los otros los medios
de comunicación y los ciudadanos.8
Los
medios concurren en su papel de transmisores e intermediarios ideales del
mensaje político, asegurando en buena medida la publicidad de los
hechos y actos del poder público. Los ciudadanos --receptores inmediatos
del mensaje político-- participan igualmente a través de
una rica escala de organizaciones sociopolíticas; emplean la plataforma
de los medios o se dirigen directamente a las instituciones en el ejercicio
de su derecho a la información. Cada una de dichas dimensiones influye
en la toma de decisiones con contenido público destinadas a impactar
en la organización y desarrollo del sistema socio-político.
Por
otro lado, cada uno de los elementos de la comunicación política
detenta un recurso característico que le permite ser un participante
activo en el proceso de la toma de tales decisiones (el discurso y la ideología,
en el caso de los actores políticos; los recursos técnicos,
en el caso de los medios; y el derecho soberano del sufragio, sumado a
las libertades de expresión e información, en el caso de
los ciudadanos).
Finalmente,
la comunicación política supone un abanico de acciones tomadas
por los actores políticos: teleológica, axiológica,
afectiva, habitual, dramática y comunicativa. Es decir: el agente
asume una actitud de comunicación con el objetivo de generar una
decisión y una acción de carácter político
dentro del marco del espacio público, actuando conforme a fines
y valores; motivando afectos; procediendo conforme a conductas automatizadas
(hábitos); desplegando una actitud protagónica en la escena
política (acción dramatúrgica), y pretendiendo motivar
una interacción en la creación y coordinación de los
consensos (acción comunicativa en el sentido de Habermas). El desenvolvimiento
de tales acciones puede verificarse de una manera simultánea o parcelada,
conforme al tipo de actor y sus motivaciones u objetivos.9
De
la comunicación política al marketing político
Con frecuencia
suele reducirse la comunicación política al marketing
político (politing o political advertising en inglés; marketing
o mercatique politique en francés). Dicha visión tiende
a limitar el ámbito de permanente dinamicidad de la primera a la
serie de acciones propias a la segunda.
La
comunicación política constituye un quehacer permanente de
interrelación entre el gobernante y el gobernado, vinculado a la
generación de información y mensajes políticos transmitidos
a través de los medios de comunicación. En tal sentido, la
comunicación política participa de una vocación constante
que no se circunscribe a la mera venta de un producto político
(el candidato y su programa) en periodo electoral.10
En
los últimos tiempos, la comunicación política conoce
un amplio desarrollo en el terreno de las técnicas utilizadas para
captar las necesidades que tiene un mercado electoral, estableciendo un
programa ideológico que las solucione y ofreciéndole un candidato
que personalice dicho programa y al que se apoya e impulsa a través
de la publicidad política. Dichas técnicas han configurado
el marketing político, cuyo origen se remonta a la elección
presidencial norteamericana de 1952. Empero, su enorme evolución
y la consecuente adaptación al contexto de los sistemas políticos
de corte pluralista no constituye un argumento válido para confundir
sus fines con los propios de la comunicación política, la
cual rebasa la esfera puramente electoral y la oferta de candidatos y programas.
Más aún: el propio marketing político constituye una
herramienta utilizable en periodos de gobierno a fin de gestionar las políticas
de comunicación de las nuevas administraciones.
Dos
son los cometidos esenciales de una estrategia de marketing político-electoral:
en primer término, el de confirmar la adhesión de los militantes
que sostienen al candidato y a su partido en un momento dado; paralelamente
(y éste constituye el terreno más delicado en la elaboración
de un plan de campaña), el de agregar a la masa inicial de militantes
a aquellos electores que no tienen definido su voto por un partido, o bien
quienes, sosteniendo una elección inicial, pueden trasladar su simpatía
hacia el candidato y el partido que la pretende. A esta última categoría
de electores, los especialistas norteamericanos le han denominado target
voters (electores-objetivo). Para llevar a cabo una planificación
de marketing político-electoral, se observa el estado de la opinión
para conocer la demanda, se define la oferta en función de esa demanda
(traducida en una propuesta combinada de imagen y de programa, representada
en la persona del candidato) y se establece el tipo de comunicación
persuasiva que muestre al electorado las bondades del producto político.11
La
progresión de la democracia en México permite prever un desarrollo
rápido y profundo del marketing político, explicado esencialmente
por la pluralización del mercado político y la elevación
de los niveles de competencia en la búsqueda de los espacios de
decisión. Los propios candidatos se ven motivados a representar
un abanico cada vez más vasto y complejo de intereses, los cuales
señalan incluso rasgos contradictorios de difícil armonización
(pensemos en el caso de los vendedores ambulantes). Por otra parte, no
debe perderse de vista que el marketing político posee dos
ámbitos globales de aplicación: en periodo electoral y fuera
de éste, cuando se lleva a cabo el llamado marketing de gestión
política o de gobierno, cuyo cometido fundamental es consolidar
las políticas públicas y, en general, conservar un contacto
dinámico entre gobernantes y gobernados. Debe advertirse que varios
estudiosos del marketing político se han cuestionado sobre el impacto
de éste en la calidad del debate político. Las opiniones,
generalmente divergentes, coinciden en que la causa del déficit
del discurso político radica en el exceso de la mercantilización
de la vida política. Otros optan por una conjunción de factores
donde el marketing político no constituye más que un elemento
referencial por analizar.12 En todo caso, el marketing
político se instala con mayor facilidad donde las condiciones de
competencia política son lo suficientemente elevadas para motivar
a los actores políticos a emplear distintas técnicas encauzadas
a convencer al ciudadano-elector. En México, el marketing
político (con toda su red de especialistas y técnicas) constituye
una práctica relativamente reciente que deberá tomar en cuenta
los excesos que se han obervado en países como Estados Unidos o
Francia, a fin de dar un mayor terreno al contenido del enunciado político
(y al ciudadano-elector como entidad pensante).
La
multidimensionalidad de la comunicación política
En su
acepción estricta, la comunicación política se funda
en una serie de disciplinas que han tomado carta de naturaleza en los últimos
años. El estudio de la opinión pública a través
de los sondeos, las estrategias de marketing político realizadas
a través de los medios de comunicación masiva (prensa, radio
y televisión), el análisis del comportamiento del electorado
o los actos de comunicación institucional, constituyen terrenos
sumamente fértiles de aplicación en el México de fines
de siglo. Esta dinámica registra una especialización del
oficio de la comunicación y el marketing político, generando
una creciente pléyade de prestadores de servicios en la materia
(los political consultants), quienes asocian un conocimiento multidisciplinario
que va desde el derecho, la ciencia política y la economía,
hasta la comunicación, el marketing, el periodismo y las
matemáticas aplicadas.13 Uno de los terrenos de mayor
auge comercial en México ha sido el del análisis del mercado
político a través de los sondeos de opinión pre-electoral.
Los
principales usos dados --señala Fernando Solís-- a las encuestas
electorales son: predecir los resultados de la votación, influir
en la decisión del voto, aumentar la participación de la
ciudadanía en los procesos electorales, generar credibilidad en
torno a ellos, orientar la selección interna de candidatos que hacen
los partidos políticos, canalizar recursos para financiar campañas,
y motivar a los equipos de campaña.14
Esta práctica
tiene su origen en la previsión de los resultados de la elección
presidencial de 1936 en Estados Unidos. En aquellos tiempos, el Instituto
Gallup pudo predecir la elección de Franklin D. Roosevelt apoyándose
en una muestra de tipo aleatorio. En Francia, Jean Stoetzel --conocedor
de las técnicas de Gallup-- introdujo su aplicación creando
el Instituto Francés de Opinión Pública.
En
México, la práctica de los sondeos de opinión en materia
electoral han tenido un despegue formidable desde el proceso de 1988. Tal
actividad es ofrecida por empresas como Mori de México, Gallup,
Indemerc-Harris, BIMSA, Nielsen Covarrubias y Asociados SC, IMOP, etcétera,
las cuales poseen departamentos de estudios políticos dedicados,
entre otras actividades, a la realización de sondeos de opinión.
En la elección presidencial de 1994, su empleo se encontraba tan
arraigado que algunos partidos de oposición y ciertos especialistas
hablaban ya de un clima de guerra de encuestas.15
El
empleo creciente de los sondeos de opinión pre-electoral puede explicarse
en buena medida por la incertidumbre política que ha vivido el país
en los últimos 20 años. Desde 1988, el partido hegemónico
--el Partido Revolucionario Institucional (PRI)-- ha perdido posiciones
claves tanto en la célula local como en los gobiernos estatales.
El mercado político, entendido como la confluencia de múltiples
actores políticos (principalmente partidos) en su carácter
de ofertantes de recursos reales o potenciales, ha diversificado el espectro
de la lucha política. Lo anterior ha tornado el espacio público
más controvertido y, por ende, las campañas políticas
se han tenido que adaptar al clima de mayor pluralidad y competencia. Ahora
no basta con seguir los senderos tradicionales del discurso político
y de los mítines masivos, sino que se precisa un programa convincente,
consciente de sus limitaciones, sumado a una clase política comprometida.
De
igual forma, unidades de investigación como la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma
de México, el Centro de Estudios de Opinión de la Universidad
de Guadalajara, la Universidad Autónoma Metropolitana y la Fundación
Arturo Rosenblueth, han contribuido, desde el ámbito de la sociedad
civil, al desarrollo de una cultura demoscópica en México,
cuyo cometido es el de permitir al ciudadano entender y explotar el contenido
de las encuestas.16 Dicha cultura demoscópica no ha estado
exenta de múltiples contradicciones en su integración, particularmente
respecto a la validez de los resultados de los sondeos de opinión.
El debate sobre su calidad científica condujo, en julio de 1994,
al establecimiento de una serie de lineamientos para la elaboración
de encuestas por parte del Consejo General del Instituto Federal Electoral
(IFE). A ello se sumaron una decena de principios deontológicos
básicos en materia de información electoral, los cuales habrían
de ser atacados por los medios masivos de comunicación.17
Por
su parte, la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación
de Mercado y de Opinión Pública (AMAI) ha emitido sus propios
criterios de calidad, como un esfuerzo por elevar la calidad del debate
político a través de la presentación de estudios realizados
responsablemente. Asimismo, en 1994 la práctica de las encuestas
de salida --o exit polls-- indujo a limitar la incertidumbre en
la posible comisión del fenómeno que se dio en llamar caída
del sistema, acaecido en 1988.18
La
elaboración de las estrategias de una campaña electoral no
se limitan, ciertamente, a los actos de propaganda en los distintos medios
de comunicación. Ellos incluyen, con igual relevancia, la organización
de los actos tradicionales basados en el proselitismo político y
los mítines. Si se piensa que entre el 35 y el 45 por ciento de
los presupuestos de campaña de los partidos se consagra a la propaganda
por diversos medios, entonces se deben definir políticas de difusión
que, además de responder a la imagen del candidato, sepan ofrecer
un programa cercano a las demandas del electorado. Ahora bien, los estudios
de opinión pública deben ser entendidos en sus justas dimensiones,
es decir, como un reconocimiento concreto --en el tiempo y en el espacio--
del estado de la opinión de un público determinado.
La opinión pública no constituye --ni todos los públicos
ni todo el electorado-- sino una representación de una de sus parcelas.
¿Hacia
un modelo pluralista de comunicación política?
La década
1988-1998 constituye un parteaguas fundamental en el estilo de comunicar
políticamente en México. Su huella se aprecia en el tránsito
de un modelo autoritario-corporativo a la instalación progresiva
de un marco dialógico. El impacto de la comunicación en el
terreno de la res política ha estado presente desde las primicias
del México moderno como una de las herramientas más poderosas
con la que cuentan los actores a fin de conquistar y mantener el poder
político.
A lo
largo de los últimos 30 años, el elector mexicano se ha tornado
mucho más consciente del poder de su voto. Los porcentajes de participación
ciudadana en las elecciones presidenciales y legislativas han tenido un
incremento notable desde 1991, después de haber registrado importantes
y progresivas bajas hasta 1988. En 1994, el 77 por ciento de los electores
se presentó a votar, mientras que el 70 por ciento lo hizo en los
comicios de 1997: un verdadero récord si se reflexiona en la importancia
secundaria que, hasta entonces, se concedía a las elecciones legislativas
en relación con las presidenciales.
Si
contemplamos la historia política mexicana bajo la luz de la comunicación,
se puede constatar la existencia de dos modelos de practicar la comunicación
política en México. El primero existió entre 1930
y 1988 y se caracterizó por su naturaleza autoritaria, corporativa
y clientelista, donde el canal básico de emisión del
mensaje político era el PRI.19 Tal instituto político
garantizaba la repartición de los recursos estatales destinados
a puestos de trabajo, salarios, estudios, etcétera. Los conflictos
que se presentaban, y que generaban tensión eventual en el sistema,
eran resueltos por las propias estructuras corporativas del partido (sindicatos,
confederaciones, movimientos) o por el Presidente de la República
(como gran árbitro del sistema). El efecto inmediato del mensaje
era de carácter impositivo-cooptativo y el mantenimiento del sistema
se verificaba, por un lado, gracias a la capacidad del régimen político
para efectuar una distribución adecuada de los recursos estatales
en favor de las clientelas; y por el otro, a raiz de la capacidad para
incluir, dentro de las corporaciones leales al régimen, la mayor
parte de las corrientes y actores que demandaban un acceso al terreno de
los beneficios del Estado.20
Empero,
el modelo autoritario-corporativo se desgastó notablemente a finales
de los años setenta para definir, al comienzo de los noventa, lo
que Alejandra Moreno Toscano definió como "el quiebre del modelo
de comunicación autoritaria del poder".21 La erosión
del modelo se aceleró con la crisis económica de los años
ochenta, que tuvo como consecuencia fundamental el limitar poderosamente
la capacidad estatal de beneficiar a las masas demandantes de recursos.
En el terreno político, la evolución constante de la oposición
y el surgimiento de una pluralidad de actores políticos que ya no
formaban parte del aparato hegemónico, confluyó en la configuración
de nuevas condiciones para la lucha por el poder. La llegada de una nueva
élite política reconocida por sus cualidades técnicas
y su vocación por la "reforma del Estado", quebró definitivamente
los flujos tradicionales de comunicación que hasta entonces caracterizaban
a la relación gobernantes-gobernados. Y por tanto, se rompieron
las alianzas corporativas que sustentaban la legitimidad y la eficacia
del régimen político. Al rompimiento contribuyeron, con igual
fuerza, los movimientos sociales potenciados desde mediados de los años
ochenta, así como el surgimiento del neozapatismo en enero de 1994.
Desde
fines de 1988, el Presidente Carlos Salinas de Gortari entendió
perfectamente el papel que los medios de comunicación podrían
desempeñar para limitar las voces de oposición que señalaban
insistentemente su origen espurio. Al mismo tiempo, la administración
puso en marcha una estrategia de legitimación en los hechos a partir
de la proposición de un pacto social basado en el Programa Nacional
de Solidaridad, comenzado desde los últimos años del régimen
del Presidente Miguel de la Madrid. A lo largo del sexenio 1988-1994, la
aplicación de encuestas y el diseño de pautas en materia
de comunicación audiovisual, sirvieron de sustento a la estrategia
de legitimación del modelo salinista de desarrollo.22
Carlos
Salinas instala un nuevo modelo de comunicación política:
el neocorporativo-autoritario. Tal modelo parte del desplazamiento
del poder de las estructuras del PRI --hasta entonces núcleo fundante
de las relaciones políticas-- hacia la institución presidencial,
la cual desborda los límites de gran árbitro del sistema
para situarse como el actor central. El sistema tradicional de alianzas
y de lealtades al partido se desplaza hacia la figura presidencial, que
adquiere dimensiones de influencia considerables al centralizar en su favor
el grueso de los recursos. El mensaje presidencial es fundamentalmente
impositivo, aunque se ve obligado a transigir en múltiples ocasiones,
como lo recuerdan las llamadas concertacesiones que tuvieron como resultado
el reconocimiento del triunfo de la oposición en varios estados
de la República Mexicana.
Actualmente,
el modelo neocorporativo permanece vigente, aunque debilitado ante la existencia
de un Poder Ejecutivo con poca vocación al ejercicio autoritario
del poder. Al intentar acercar las instituciones al gobernado y al conceder
libre juego a los actores políticos, el Ejecutivo Federal ha buscado
favorecer la instalación de un canal multipolar de producción
y recepción del mensaje político. Empero, dicha libertad
ha sido contrariada por la pérdida de legitimidad del régimen,
cuestionada seriamente desde la aparición del movimiento neozapatista
en 1994, la serie de asesinatos políticos, el avance del narcotráfico,
la inseguridad, la violación de los derechos humanos y la persistencia
de enclaves autoritarios. En materia de derecho a la información,
las libertades constitucionales garantizadas en los artículos sexto,
séptimo y octavo constitucionales han quedado constreñidas
a la interpretación limitada de su contenido vigente.
Si
por comunicación política se entiende un intercambio dialógico
de mensajes, programas y acciones entre gobernantes y gobernados con el
fin de alcanzar o de preservar el poder público, se observa que
ésta ha registrado una revaloración definitiva en México.
Tal revaloración pasa, en primer término, por el quiebre
del monopolio tanto de los canales para hacer llegar el mensaje político
(anteriormente en manos de un modelo autoritario-corporativo de gobierno),
como de la legitimidad de los contenidos de esos mensajes (medida por su
mayor o menor acercamiento a las necesidades reales del país).
Del
marketing político a la comunicación política
En el
desarrollo del mensaje político, el elector puede convertirse en
el emisor del mismo, contribuyendo así a enriquecer el terreno del
debate político. Idealmente, un contexto calificado como dialógico
en materia de comunicación política facilitaría el
intercambio interactivo entre gobernantes y gobernados. La participación
del ciudadano en el establecimiento y la toma de decisiones con finalidad
pública, desbordaría la inmediatez del terreno electoral
para alcanzar estatura institucional.
El
discurso dialógico constituye, pues, un intercambio permanente,
negociado y coherente de sentidos entre un emisor y un receptor cuyos roles
son variables. La eficacia del discurso político transcrito por
la comunicación política pretende, entonces, no solamente
obtener el apoyo del receptor en su calidad de elector, lo que limitaría
dicha comunicación a su definición puramente persuasivo-mercadológica.
Ella comporta, igualmente, el desarrollar una serie de validaciones compartidas
que puedan ser preservadas y observadas por la mayoría de los interlocutores
en un momento dado.
Cualquiera
que sea el programa que se determine en torno al tránsito político
del país, los diversos actores deberán tomar en cuenta el
estado de pluralidad creciente de la sociedad mexicana. El juego político
podría, entonces, superar el terreno de la comunicación política
definida por su sola relevancia persuasivo-electoral, para alcanzar posibilidades
de afirmación institucional. Por otro lado, el discurso político
podría superar la lógica del denuesto para concentrarse más
sobre el aspecto programático de las campañas. En el marketing
político de fines de siglo, se precisa asociar el juego de la imagen
a la riqueza y sinceridad de un programa de gobierno. Hablar claro y con
contenido a fin de elevar la calidad del debate político en la construcción
de una democracia sólida: tal ha de ser el cometido de la comunicación
política en su multiplicidad de expresiones en lo sucesivo. Lo anterior,
sin olvidar que el cometido de la política --y de la comunicación
política-- es el de circunscribir el tiempo parsimonioso de la historia
a la celeridad que caracteriza a los tiempos de la información noticiable.
La democracia, terreno movedizo, es a fin de cuentas el arte de limitar
la incertidumbre.
1) "Les
modèles de la communication politique", en CAPUL (Jean-Yves), La
communication, París, La documentation française, 1992,
n. 258, p. 55.
2)
En este sentido, seguimos las concepciones expresadas en las obras de Jürgen
Habermas, El espacio público; Ludwig von Bertalanffy, Teoría
general de sistemas; Jacques Gerstlé, La communication politique;
Gilles Achache (particularmente "Le marketing politique", en la revista
Hermès Núm. 4, ediciones del CNRS, 1989); David Easton, Análisis
del sistema político; N. Wiener, Cybernetics or control and
communication in the animal and the machine.
3)
Citado por Francis Balle, Médias et sociétés,
París, Montchrestien, 1994, p. 64.
4)
Gerstle, Jacques, La communication politique, Paris, Presses Universitaires
de France, 1992, p. 4. Es claro que el propio autor no limita el campo
de la comunicación política a su puro ámbito persuasivo,
expresado ciertamente en el marketing político.
5)
En "Les contradictions de la communication politique", en la revista Hermès,
París,
ediciones del CNRS, 1995, pp. 107-108.
6)
Seguimos aquí a Gilles Achache, "Le marketing politique",
en la revista Hermès Núm. 4, París, ediciones
del CNRS, 1991, p. 104.
7)
McNair, Brian, An introduction to political communication, Londres,
Routledge, 1995, p. 5.
8)
McNair, Brian, Op. Cit., p. 4 y ss.
9)
Seguimos la exposición de André Gosselin en "La communication
politique. Cartographie d'un champ de recherche et d'activités",
en la revista Hermès, Núm. 17-18, París, ediciones
del CNRS, 1995, pp. 17-35.
10)
Véase, el deslinde de ambas materias efectuado por Serge Albouy,
Marketing
et communication politique, París, L'Harmattan, 1994, p. 22
y ss. ; y Jacques Gerstlé, La communication politique, edición
citada, p. 4 y ss.
11)
Albouy, Serge, Op. Cit., p. 26. El propio autor distingue incluso
entre distintos tipos de marketing político-electoral en la página
27 de la obra citada.
12)
Al respecto, sugerimos la lectura del artículo de Gilles Achache,
citado anteriormente.
13)
Para configurar sus estrategias de marketing electoral, los candidatos
del PRI, PAN y PRD hicieron uso de los servicios de empresas como Alazraki
y Asociados, Vilchis y Garibay, Armando Pérezgrovas, así
como un uso intensivo de los espacios en prensa, radio y televisión.
El PRD incluyó una agenda de campaña publicada diariamente
en La Jornada y en otros diarios capitalinos. Paralelamente, los
tres partidos citados --que cubren más del 70 por ciento del electorado--
tuvieron una muy amplia difusión en los medios audiovisuales, cuyos
spots
y espacios televisivos presentaron mayor desarrollo que en procesos previos.
Es interesante apuntar que los tres partidos crearon incluso una página
en Internet para informar sobre sus candidatos y programas.
14)
"Encuestas, procesos electorales y campañas políticas", en
Argüelles, Antonio y Villa, Manuel, México: el voto por
la democracia, México, Miguel Ángel Porrúa, 1994,
p. 194.
15)
Desconocemos la existencia de un estudio integral de los sondeos de opinión
pre-electoral realizados en México en 1988 y antes de esta fecha.
En el proceso de 1988, resaltó la publicación de estudios
como los de la Facultad de Ciencias Políticas, de la UNAM (de hecho,
sumamente controvertido), la serie de sondeos de Gallup, los estudios de
la Asamblea Democrática por el Sufragio Efectivo y los del Consejo
Mexicano de Ciencias Sociales. En el proceso de 1994, Fernando Solís
Cámara registró la realización de 59 sondeos entre
el primero de enero y el 12 de agosto del mismo año ("Encuestas,
procesos electorales y campañas políticas", en Argüelles,
Antonio, Op. Cit.). En las elecciones legislativas de 1997, fueron notables
los sondeos de opinión en torno a la elección del Jefe de
Gobierno del Distrito Federal. La sección "Apunte" de El Nacional
(19/06/97)
registraba, hasta fines de mayo del mismo año, más de 40
estudios.
16)
Se sugiere la lectura de la obra introductiva en la materia intitulada
Encuestas:
guía para electores, de Michael W. Traugott y Paul J. Lavrakas,
México, Siglo XXI editores, 1997, 238 p. Por otra parte, múltiples
académicos han denunciado el empleo manipulador de las encuestas
como resultado de una cultura inadecuada de su uso. Al respecto, conviene
revisar las observaciones incluidas en el artículo "Influyen los
resultados de las encuestas en la toma de decisiones", en
El Financiero,
31 de mayo de 1997, p. 18.
17)
Puede consultarse, en el Diario Oficial de la Federación
del 3 de marzo de 1997, la versión actualizada del contenido de
los llamados "Criterios generales de encuestas por muestreo". Igualmente,
los lineamientos aplicables a los noticiarios de radio y televisión
en periodo electoral fueron aprobados por el Consejo General del IFE, en
su segunda versión, el 28 de noviembre de 1996.
18)
Convendría no olvidar, por cierto, el papel desempeñado por
la Cámara Nacional de la Industria de Radio y Televisión
durante los procesos electorales, que efectuó sendas encuestas de
salida de casillas durante la jornada del 21 de agosto de 1994.
19)
Entendemos por corporativismo el "sistema de la representación
de intereses en el cual las unidades constitutivas se organizan en un número
limitado de categorías singulares, obligatorias, no competitivas,
jerárquicamente ordenadas y distinguidas funcionalmente; reconocidas
o permitidas (si no creadas) por el Estado y a las cuales les ha sido garantizado
un monopolio representativo deliberado al interior de sus propias categorías
a cambio de la observación de ciertas reglas en la selección
de los líderes y en la articulación de las demandas y lealtades".
Schmitter, Philippe C., "Still the Century of Corporatism?", en Pike Fredrick
éd., The New Corporatism. Social-Political Structures in
the Iberian World, Notre Dame, Notre Dame University Press, 1974, p. 94.
Por
régimen autoritario, se comprende aquél donde se impone
un pluralismo limitado, una movilización político-social
acotada por los canales corporativos del Estado, un poder centralizado
en un líder y una élite definidas y la existencia de una
serie de reglas informales que organizan el ejercicio del poder público
y el reparto de los recursos estatales. Véase al respecto la obra
de Jaime F. Cárdenas Gracia, Transición Política
y Reforma Constitucional en México. México, Universidad
Nacional Autónoma de México, 1994, pp. 56-58.
Finalmente,
clientelismo
se
refiere a una "relación directa entre dos personas (bilateral o
diádica), asimétrica (desigual entre un patrón y un
cliente), pero de intercambio (afectivo y material) y, por ende, recíproca.
El patrón ofrece protección --militar o judicial--,
asistencia --alimentaria, económica...-- en caso de necesidad; el
cliente brinda servicios benévolos, hace dones en especie, manifiesta
un reconocimiento, fidelidad y lealtad a su patrón[...] La relación
clientelar es particularista y no universal[...], es difusa y no específica[...],
es afectiva y no puramente instrumental[...], está inspirada por
el interés particular y no por el interés colectivo[...]"
Charlot, Jean y Mónica, "Les groupes politiques dans leur environnement",
en Grawitz, Madeleine y Leca Jean, Traité de Science Politique,
vol. 3, París, Presses Universitaires de France, 1985, p. 438.
20)
El estudio del régimen político mexicano entre 1930 y 1990
puede seguirse en un número considerable de obras. Entre aquéllas
que consideran el tema, recomendamos la lectura de las siguientes: Aziz
Nassif, Alberto coord., México: una agenda para fin de siglo,
México, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias
y Humanidades/UNAM, 1996, 243 p; Blanco, José Joaquín, Woldenberg,
José comps., México a fines de Siglo, vol. 2, México,
Fondo de Cultura Económica, 1993, 401 p; Cardenas Gracia, Jaime
F., Transición Política y Reforma Constitucional en México,
México, UNAM, 1996, 215 p; Garrido, Luis Javier, El Partido de
la Revolución Institucionalizada. La formación del nuevo
Estado en México (1928-1945), México, Secretaría
de Educación Pública, 1986, 493 p; Rodríguez Araujo,
Octavio, coord., Transición a la Democracia. Diferentes Perspectivas,
México, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias
y Humanidades/UNAM, 1996, 240 p.
En
cuanto a los artículos de interés, se sugiere la lectura
de "Redes informales de intercambio en sistemas formales: un modelo teórico",
y "Las relaciones horizontales y verticales en la estructura social urbana
de México", ambos en Adler Lomnitz, Larissa, Redes Sociales,
Cultura y Poder: ensayos de antropología latinoamericana, México,
M.A. Porrúa, 1994, pp. 217-274; Davis, Diane E., "Failed democratic
reform in contemporary Mexico: from social movements to the State and back
again", en Journal of Latin American Studies, Cambridge, May 1994,
Núm. 2, pp. 375-408; Levy, Daniel C., "Mexico: sustained civilian
rule without democracy", en Diamond, Larry, Linz, Juan J. et Lipset, Seymour
Martin éds., Democracy in Developing Countries. Latin America,
Boulder, Lynne Rienner/Adamantine Press, 1989, pp. 459-497; Knight Alan,
"Mexico's Elite Settlement", en Higley, John, et Gunther, Richard éds.,
Elites
and Democratic Consolidation in Latin America and Southern Europe,
Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 113-145; Loaeza, Soledad,
"México: construire le pluralisme", en Couffignal, Georges
dir., Réinventer la démocratie: le défi latino-américain,
Paris, Presses de la Fondation Nationale des Sciences Politiques , 1992,
pp. 202-220; Pecaut, Daniel et Prevot-Shapira, Marie France, La recherche
d'une nouvelle légitimation: le programme national de solidarité,
dans Problèmes d'Amérique latine, Paris, avril-juin 1992,
p. 94; Provencio, Enrique, "El claroscuro de los ochenta: la década
en la perspectiva del desarrollo", en Blanco, José Joaquín
y Woldenberg, José comps., México a fines de siglo
(vol. 2), México, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 225-265;
Rodríguez, Victoria A., "Disentangling the PRI from the government
in Mexico", en Mexican Studies, Berkeley, University of California
Press, Winter 1994, Núm. 17, pp. 5-23; Tello, Carlos, "Sobre la
Desigualdad en México", en Blanco, José Joaquín y
Woldenberg, José comps., México a fines de siglo (vol.
2), México, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 7-62; Whitehead,
Laurence, "The Peculiarties of "Transition" a la Mexicana", en Working
Paper Núm. 4, Notre Dame, University of Notre Dame, 1994, 23
p.
21)
Ver la entrevista publicada en Proceso Núm. 1011, 18 de marzo
de 1996, pp. 14 y ss.
22)
El lector interesado sobre este punto puede referirse a los artículos
contenidos en la obra compilada por Roderic Ai Camp, Encuestas y democracia:
opinión pública y apertura política en México,
México, Siglo XXI Editores, 1997, particularmente el artículo
de Alejandro Toscano sobre el uso político de las encuestas. |