Fundación Manuel Buendia


Seminario Mexicano de Historia de los Medios
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MEMORIA
La Prensa y don Porfirio
Florence Toussaint
     Tomado de: Revista Mexican de Comunicación. 
Septiembre - Octubre 1988.

 
 
Del libro titulado Escenario de la prensa en el porfiriato, de la investigadora Florence Toussaint Alcaraz, RMC ofrece en anticipo el capítulo titulado Los lectores. La obra, una aportación a la historiografía de la prensa en México, aparecer próximamente bajo el sello de la Fundación Manuel Buendía, A.C, gracias al apoyo de la Universidad de Colima y Petróleos  Mexicanos. La prensa en México ha constituído, por lo menos desde la Independencia, un importante registro de la vida social del país. En las  páginas de las publicaciones periódicas quedó consignada parte de la  historia. Los periódicos especializados dejaron testimoniodel desarrollo de  la cultura. Muchas de las ediciones constituyeron el semillero donde se formaron los políticos, los escritores, los divulgadores de la ciencia. La  tribuna escrita se encargó de propagar las ideas que se gestaban en los círculos cerrados y exclusivos. Antes que la educación gratuita, el diario  sirvió para extender los conocimientos a grupos cada vez más amplios de ciudadanos. El periódico fue instrumento y foro de la lucha por el  poder.

El periódico ha servido más como una fuente que como objeto de estudio.  Cuando se emprende la historia de la prensa, se ve a ésta como aislada de la sociedad que le da origen. Por ello se han producido mayoritariamente descripciones, biografías o hemerografías que recogen datos. No se le trata de comprender en su totalidad, sino a partir de aspectos parciales. A las publicaciones hay que contemplarlas no sólo desde sí mismas, sino también desde los aspectos que influyen en su factura y determinan su trascendencia social. Ese es el objetivo del presente trabajo. 

Consideramos que, como aquella de los individuos que forman una colectividad, la historia de cada periódico es una e irrepetible. La  suma de todas ellas dar la historia social. No puede prescindirse de los rasgos personales, pero tampoco es válido dejar de lado los que son comunes. 

Independientemente de su signo político, de su especialidad, de sus fines,
los periódicos en su conjunto se enfrentaron a obstáculos, situaciones,
oportunidades semejantes derivadas de las características de la sociedad en que nacieron y circularon. A delimitar en lo posible los elementos con que contó la prensa en el Porfiriato para desarrollarse, así como para describir el perfil general que se desprende del análisis de las cifras, esté dedicado el presente texto. 

La significación del Porfiriato en la historia social de la prensa radica
en su carácter de época de transición entre el período decimonónico y el
periodismo contemporáneo. 

El texto que a continuación presentamos constituye un capítulo de un  trabajo más general. Los otros capítulos del mismo tratan: 1. las estadísticas; 2. los tipos de prensa; 3. la imprenta: A) en el Distrito Federal y B) en los estados; 4. las redacciones; 5. los talleres; 6. el papel y la tinta; 7. la economía de los periódicos y 8. los lectores. 

La mayor parte de los datos se obtuvieron de dos índices. El primero da
cuenta de los periódicos de los estados localizados en archivos y hemerotecas. Está publicado por la UNAM (1985) y es un trabajo colectivo. El segundo se publica como anexo de la investigación. Consigna la existencia de 576 publicaciones localizadas también en archivos y hemerotecas de la capital y asimismo es fruto de la pesquisa de cuatro investigadores: Rosalba Cruz Soto, Francisco Tapia, Florence Toussaint y Yolanda Zamora. 

Los lectores 

Al comenzar el Porfiriato, la población del país vivía dispersa y  aislada. Los caminos eran pocos y peligrosos; el ferrocarril, medio de  transporte mayormente desarrollado al terminar esta etapa, apenas  iniciaba el tendido de sus líneas. La ciudad más grande del país era la capital y tenía apenas 326,913 habitantes. Los censos disponibles son inexactos y sus cifras hay que tomarlas como aproximaciones. Con todo, éstas dan un idea del grupo humano existente y sus características demográficas. La Secretaría de Fomento fijó la cantidad de 9'389,461 habitantes en 1877; un año después la de Gobernación hizo el cálculo de 9'384,193 para la República Mexicana. El Diario del Hogar dijo el 4 de abril de 1882 que había 8 millones. La Dirección General de Estadística asentó que en 1888 vivían 11'490,830 mexicanos. El censo de 1895 dio 12'632,427 de habitantes, el de 1900 arrojó 13'607,259 y el de 1910 consignó 15'160,369.(1) La población se distribuía de manera irregular en el territorio. La mayor densidad estaba en los estados del centro y la más baja en los seis fronterizos del norte. El país era eminentemente rural. Las congregaciones humanas más  numerosas eran los ranchos, de los que había 14,705; las haciendas existían en cantidad de 5,869; los pueblos constituían 4,878 unidades
y había 225 rancherías en 1877. La suma de las mismas representó tanto en
1877 como en 1900 el 80% del total de localidades. Tal situación subsistió hasta el final del Porfiriato: "...en los municipios de 5,000 a 25,000 habitantes vivía en 1910 más de la mitad de la población nacional".(2) 

Los periódicos se editaban en las ciudades, por lo general las capitales de los estados o aquellas con mayor movimiento económico y político. Fuera  del Distrito Federal, ciudad con el más alto número de publicaciones periódicas, los datos indican que en general Puebla, Morelia y Guadalajara  son las metrópolis con más periódicos. Sin embargo, Mérida, población  aislada y lejana al centro, prohijó también gran cantidad de publicaciones periodísticas. 

Las dificultades en la circulación de las mercancías valían también para  el periódico. A ello se agregaba que en ese entonces no existía una buena red para distribuirlo. Se usaba preferentemente el correo tanto para  enviarlo a otras ciudades como para cumplir las suscripciones. La cobertura que podían tener los periódicos, si consideramos las condiciones demográficas mencionadas, era apenas de un 20% de los mexicanos. 

Los voceadores, como parte de la organización distribuidora, sólo tuvieron importancia a finales del Porfiriato. En la ciudad de México, los periódicos eran vendidos en expendios o almacenes. Reproducimos la lista que dio El Diario del Hogar en 1904: 

* Primera alacena del Portal de Mercaderes, entrando por Plateros. Alacena núm. 38 del mismo Portal, de la señora Soledad G. Vda. de Martínez. El mismo Portal, Alacena la Azucena (salida por la Manterilla).
* Calle del Seminario, librería del señor Cueva.
* Agencia de publicaciones de Manuel Martínez, Coliseo Viejo.
* Sra. de Falco, Puente de la Mariscala, bajo del número 1.
* La Urbanidad, estanquillo y sedería, San Felipe Neri, núm. 11.
* Sedería La Guardiana, calle de Alfaro, bajos, núm. 7. 

La cantidad de lectores ha de ser evaluada no sólo por los escollos planteados por las distancias, la topografía, la inexistencia de una  eficaz infraestructura de distribución. El conocimiento del idioma español, la escolaridad y el idioma en general eran indispensables para que una persona fuera consumidora de  publicaciones. 

En el país coexistían la lengua española con gran variedad de idiomas indígenas. Este hecho, que para los porfiristas constituía "uno de los mayores obstáculos a la generalización de la enseñanza", era también barrera a la generalización de la lectura de diarios o semanarios, ya que éstos se editaban en castellano. En 1895, el 17% y en 1910, el 13% de los mexicanos no hablaban español. Este porcentaje calculado en promedio para toda la nación, variaba en cada uno de los estados. Según Cosío Villegas, "el 91 por ciento de la población de Michoacán hablaba en 1889 el castellano; en Veracruz, en 1886, el 64 y en 1878, el 24 por ciento en Oaxaca. En 1895, las siete décimas partes de los yucatecos, poco más de la mitad de los oaxaqueños, el 46 por ciento de los campechanos, alrededor de la tercera parte de los chiapanecos, poblanos e hidalguenses hablaban lenguas indígenas".(3) A la barrera absoluta de no entender el español se agregaba otra, esta relativa, de no saber leer. Era relativa puesto que algunos periódicos se leían en grupo. El compañero que sabía hacerlo daba a conocer en voz alta los artículos y noticias a los demás. Sin embargo, en términos generales los compradores potenciales de periódicos estaban entre aquellos poseedores del alfabeto, los cuales constituyeron una minoría durante el Porfiriato. 

Debido a la inexistencia de estadísticas confiables, sólo es posible tener
una visión aproximada del analfabetismo imperante en México entre 1876  y 1910. "El 14 por ciento de la población del país sabía leer y escribir en 1895, y el 20% en 1910; el 3% sólo sabía leer en 1895 y en 1910 el 1.8%". 

El privilegio de conocer el alfabeto se distribuía inequitativamente pues más hombres que mujeres sabían leer y escribir. Pero no sólo había diferencias por sexo. La clase social y la actividad contaban. "Bancroft aseguró, en 1893, que de los cuatro millones de indios, sólo sabían leer 4,000 y firmar el 1 por ciento".(4) El promedio variaba según se tratara de una u otra ciudad. El Distrito Federal tenía el índice de población alfabetizada más alto del país: en 1895 se calculó en 38 por ciento y llegó al 50 en 1910. En cambio, en Guerrero, Oaxaca y Chiapas el porcentaje era muy bajo, 6 y 7 por ciento respectivamente. Tanto en el centro de la República como en los estados del norte, la escolaridad era mayor que en el sur. Para calcular el número potencial de lectores hay que revisar las cifras anteriores para ir descartando aquella parte de la población que, para el periodismo, no contaba siquiera como posible destinatario. Si hacemos un cálculo promedio sobre diez millones de habitantes para el Porfiriato y tenemos que de estos sólo el 83% hablaba español, quedan ocho millones trescientos mil habitantes. De aquí hay que restar el 31% que eran niños menores de 10 años. La población se reduce entonces a cinco millones ochocientos diez mil personas. De ellas descontemos el 54% de analfabetas; nos quedan aproximadamente dos millones y medio de mexicanos con capacidad para ser lectores de periódicos. Sin embargo esta cifra sería relativa debido al carácter mayoritariamente rural de la población. Más de la mitad de los habitantes estaba en esta situación. Los números indican que se puede hablar de una élite consumidora de publicaciones periodísticas constituida apenas por un 10% del total de habitantes. Fuentes menos optimistas calcularon un número menor: según Cosío Villegas los lectores, en 1894, estaban entre 15,000 y 20,000 personas (5). Esta cifra parece extrema ya que el mismo autor señala que algunos periódicos de la época llegaron a tirar hasta 20,000 ejemplares, por ejemplo El Imparcial, El Monitor del Pueblo y El Noticioso. Ningún periódico se hubiese arriesgado a editar una cantidad equivalente a la de lectores calculados. Cierto que la dispersión de los habitantes en el territorio, la escasez de transporte, el difícil reparto, el alto analfabetismo y el bajo interés por los diarios no fueron las únicas causas que imposibilitaron una circulación mayor de los periódicos. El factor económico fue importante. Los bajos jornales, que apenas daban para malvivir, hicieron de las ublicaciones objetos de lujo. Cada ejemplar podía costar más que un kilo de maíz. 

Los salarios no eran homogéneos. Variaban en función de la tarea y también
de la región. Un jornal se paga distinto en cada estado. Sin embargo algunos botones bastan de muestra. En la industria textil, por ejemplo,  según dijeron los tejedores de la fábrica San Ildefonso en una carta publicada el 23 de enero de 1878 en El Socialista, el salario era de $3.19 a la semana. Las mujeres ganaban menos y "por tareas de más de 12 horas y media, recibían 16 centavos al día... En las tabacalerías pagaban, por mil cigarrillos envueltos a mano, 4 reales y medio". En la minería, los salarios eran un poco más altos. En promedio de 25 a 50 centavos al día, pero la insalubridad y los riesgos a los cuales estaban sometidos los trabajadores eran muy grandes. La agricultura pagaba diferente: ...el precio común del jornal es de un real diario y ración semanaria de dos almudes de maíz para los peones adultos acomodados. Se les pasa, además, casa y leña gratis y en el tiempo de la siembra, la tierra, las semillas y la yunta, para sembrar por su cuenta un almud de maíz y medio almud de frijol, los que quieran  agregarlo a su cuenta; lo que significaba un medio de endeudamiento con el hacendado".(7) El jornal medio agrícola, en 1891, para toda la República era de 38 centavos.(8) En 1900, los panaderos ganaban 1.50 pesos, los oficiales 2.50 y los maestros 5.00. Los conductores de tranvías, 10 centavos la hora. Los anteriores eran salarios promedio. La mayoría de los trabajadores obtenían dicho ingreso, pero otra parte estaba muy por debajo de ellos. Hay que recordar que en algunos estados, Yucatán y Oaxaca
sobresalientemente, se practicaba la esclavitud en las plantaciones. 

Las ciudades estaban llenas de artesanos y obreros que no ganaban el mínimo. El periódico se vendía, en promedio, a 3 centavos. Sin embargo había muchos cuyo valor era de cinco y seis centavos por ejemplar. Los artículos de primera necesidad costaban en 1899, por kilo: 4 centavos el maíz, 14  el arroz, 10 la harina, 44 el café, 42 el azúcar, 24 la carne de res, 22  la carne de cerdo, 2 el carbón, 14 la sal, 36 la manteca, 11 un metro de manta y 9 uno de tela estampada. 

Para quien ganara 50 centavos diarios y tuviera que mantener a tres o más hijos, distraer tres centavos cotidianamente o 6 a la semana de su jornal  para comprar un periódico era casi impensable. Los diarios se constituían en artículos de lujo para clases medias y de consumo cotidiano para las  clases pudientes. Es casi seguro que sus adquirientes estaban, en primer lugar, entre los mismos periodistas, luego entre los políticos, administradores, miembros de la jerarquía burocrática, los  comerciantes, los industriales, los maestros y algunos estudiantes adinerados. 

Sin embargo, contrariamente a lo que pudiera indicar una lógica simple,
para los obreros y artesanos ni la falta de escolaridad, ni el precio de diarios y semanarios constituyeron obstáculos infranqueables cuando tuvieron interés en conocer los textos de las publicaciones periódicas. Hay testimonios numerosos de que los trabajadores obtenían los ejemplares y se enteraban de su contenido de manera poco ortodoxa. Ello vale fundamentalmente para los órganos obreros como El socialista, El hijo del trabajo, El hijo del Ahuizote y Regeneración, pero no excluye a diarios de la oposición liberal. 

Algunas anécdotas así lo prueban. El señor Korn, abogado de los Flores
Magón, contó la siguiente historia que ilustra la influencia de Regeneración y la manera de como los periódicos llegaban aun a los analfabetas: "...un día tierra adentro en Chihuahua llegué a un círculo de unos cien indios,
más o menos. Silenciosos como estatuas. Excepto uno en el centro. Estaba
leyendo un periódico (...) era Regeneración. La habilidad del indígena para leer no era de un cien por ciento. Sus palabras brotaban lentamente. A través de Sinaloa y Tepic vi esta escena repetida muchas veces".(10) 

Enrique Flores Magón, quien relata a Kaplan sus luchas, dice en uno de los párrafos del libro Combatimos la tiranía: "se reunían en grupos de  treinta, cincuenta o más, en un lugar libre de molestias de sus amos o de sus lacayos. Allí esperaban la llegada del camarada letrado. Después de que acababa de leer el Demócrata le pedían que volviera a leerlo un  número de veces. Su auditorio era de campesinos (...) de obreros (...) que escuchaban atentamente. Se aprendían el contenido de memoria. Lo repetían  a los amigos y vecinos. Así la influencia del periódico iba mucho más lejos
del número impreso".(11) El hecho de que los patrones prohibieran a los obreros leer periódicos indica por lo menos que éstos tenían como costumbre acercarse a ciertas publicaciones periódicas. La lucha que los trabajadores  dieron en contra de esta prohibición habla también de su interés y  necesidad de estar en contacto con publicaciones que hablaran de sus  problemas y propusieran soluciones. 

"La fábrica de Río Blanco dispuso en 1896, bajo pena de multa, que  los obreros no usaran bufanda, no leyesen periódicos y trabajasen  martes y jueves hasta las 12 de la noche".(12) Como respuesta a tales arbitrariedades, los obreros se opusieron en varios foros y congresos, entre ellos el de Puebla de 1906. "Tres mil obreros se reunieron en el Teatro Guerrero de la ciudad de Puebla, donde estudiaron un reglamento para la industria textil..." Entre sus peticiones se encontraba la de que "por arbitraria se derogaría la prohibición de leer periódicos".(13) Los patrones, sin embargo, procuraron capitalizar esa necesidad de informarse. A los obreros se les hacían descuentos por diversas prestaciones, entre otras, "tres reales por estar suscritos a periódicos que defienden la religión".(14) 

Notas 

(1) Cfr. Cosío Villegas, Daniel, Historia Moderna de México. El porfiriato,
vida social, Ed. Hermes, México, 1973.
(2) Ibidem, pp. 35-39.
(3) Ibidem, p. 530.
(4) Ibidem, p. 531.
(5) Ibidem, p. 678.
(6) García Cantú, Gastón, El socialismo en México, Ed Era, México, 1974,
p.23.
(7) Ibidem, pp. 24-25.
(8) Carrillo Azpeitia, Rafael, Ensayo sobre la historia del movimiento
obrero mexicano 1823-1912, Tomo I, Ed. CEHSMO, México, 1981, pp.
178-180.
(9) Ibidem,p.180.
(10) Kaplan, Samuel, Combatimos la tiranía, Ed. Instituto Nacional de
Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 1968, p. 158.
(11) Ibidem, p. 37.
(12) Cosío Villegas, op. cit., p. 329.
(13) Ibidem, p. 324.
(14) García Cantú, op. cit., p. 26.


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